sábado, 26 de noviembre de 2011

No me esperes a cenar IV


Llevaba unas semanas siguiendo a Margaret y hasta ahora no existían motivos que justificaran los temores de Wikinson.  El chico se llamaba Robert Sevenson  y ambos, con toda la normalidad que pueden tener unos jóvenes  que se veían dos o tres veces en semana, a veces iban a tomar un café y estaban varias horas hablando, a veces, marchaban desde temprano y daban vueltas sin ningún fin aparente, visitaban los pueblos de los alrededores, se hacían fotos y después de comer emprendían la vuelta a la ciudad. Nunca utilizaban la misma ruta de ida, esto les llevaba a veces a hacer cientos de kilómetros hasta una de las intersecciones de carreteras que nuevamente les permitía la vuelta a la ciudad. Wikinson de todas formas, era un tipo que no hacía las cosas porque sí, debía haber algo que se me escapaba.
Hoy volvía a hacer un calor marciano, el sol pegaba mazazos, la frente parecía una cascada y las cejas tenían aspecto de esponjas desteñidas. Los viandantes cruzaban la calle a la carrera; huían buscando las sombras de los edificios altos, el termómetro de la farmacia marcaba 42 grados.
Era jueves y l levaba más de dos horas dentro del coche esperando que Margaret saliera. La había seguido desde su casa donde la había recogido un Taxi a las 15.00,  había entrado en el Hotel Santa Cruz a las 16.15. Era la primera vez que se reunían aquí, aquello rompía la rutina. Dejé el coche y entré en el hotel, me dirigí hasta el bar que estaba junto a los ascensores y  pedí una tónica. La espera podía ser larga así que me dediqué a hojear las notas que tenía de los seguimientos de los últimos días.
El chico trabajaba en un bufete de abogados, desde hacía tres años, tenía un pequeño apartamento y usaba un coche normal, nada llamativo, parecía un tipo de lo más corriente. Disponía de una cuenta de ahorro con 5000 euros, pagaba puntualmente el alquiler y no daba problemas en el vecindario, donde le conocían de vista salvo en el colmado que sabían algún dato más, como que no se le conocían acompañantes fijas. De sus padres no tenía más que sus nombres y se creía que estaban en Holanda.
A las 19.00 salió del ascensor, iba sola, tomé nota y esperé. Cinco minutos más tarde bajó Robert, era espigado, de pelo negro y llevaba puesta una americana deportiva;  se acercó hasta el mostrador de recepción  cruzó unas palabras con una recepcionista y dejó la llave electrónica antes de salir del hotel.
 Había estado observando el mostrador y ya suponía quien era el jefe de recepción, esperé a que estuviera solo y me acerqué.
-          Hola, estoy haciendo una investigación y me gustaría hacerle unas preguntas.
-          Policía?
-          Detective privado, le tendí una foto del muchacho junto a un billete de 50 €.
-          Lo había visto antes?
-          Verá, no estamos autorizados a facilitar la identidad de nuestros huéspedes. Se defendió tímidamente, miraba el billete, -pero si se trata de una investigación y es confidencial, puedo colaborar con la condición que esto no afecte a mi trabajo.
Llevaba el nombre a la altura del bolsillo de la americana
-          Descuide Watson, sólo quiero saber si había visto antes a este joven y además yo no he estado aquí.
Se dirigió al ordenador y apuntó varias cosas en un papel y me lo entregó doblado.
– El Sr Robert ha reservado la misma habitación para este mismo sábado a la misma hora. Puedo hacer alguna cosa más por usted detective?.
- Si, otra cosa Watson, las habitaciones están monitorizadas ¿.
No pareció gustarle la pregunta, deslicé otro billete de 50€.
-Sólo en caso de que se active la alarma de la habitación.
- Gracias Watson, si le parece cuando acabe su turno podíamos vernos, debo de hablarle de un asunto que puede interesarle.
Watson olió a dinero, -Acabo a las 12.
Le di un número de móvil y marché con el papel. Había anotado el nombre completo de Robert, Robert Sevenson, su número identificación y el número de la habitación, Ático-667.
Eran las 19.45, al llegar al coche tenía una multa en el cristal, ya me habían avisado, “Los del ayuntamiento andan como locos buscando dinero”, aún había tenido suerte, la grúa también era municipal.

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