Llevaba
unas semanas siguiendo a Margaret y
hasta ahora no existían motivos que justificaran los temores de Wikinson. El chico se llamaba Robert Sevenson y ambos, con
toda la normalidad que pueden tener unos jóvenes que se veían dos o tres veces en semana, a
veces iban a tomar un café y estaban varias horas hablando, a veces, marchaban
desde temprano y daban vueltas sin ningún fin aparente, visitaban los pueblos
de los alrededores, se hacían fotos y después de comer emprendían la vuelta a
la ciudad. Nunca utilizaban la misma ruta de ida, esto les llevaba a veces a
hacer cientos de kilómetros hasta una de las intersecciones de carreteras que
nuevamente les permitía la vuelta a la ciudad. Wikinson de todas formas, era un tipo que no hacía las cosas porque
sí, debía haber algo que se me escapaba.
Hoy
volvía a hacer un calor marciano, el sol pegaba mazazos, la frente parecía una
cascada y las cejas tenían aspecto de esponjas desteñidas. Los viandantes
cruzaban la calle a la carrera; huían buscando las sombras de los edificios
altos, el termómetro de la farmacia marcaba 42 grados.
Era jueves
y l levaba más de dos horas dentro del coche esperando que Margaret saliera. La había seguido desde su casa donde la había
recogido un Taxi a las 15.00, había
entrado en el Hotel Santa Cruz a las 16.15. Era la primera vez que se reunían
aquí, aquello rompía la rutina. Dejé el coche y entré en el hotel, me dirigí
hasta el bar que estaba junto a los ascensores y pedí una tónica. La espera podía ser larga
así que me dediqué a hojear las notas que tenía de los seguimientos de los
últimos días.
El
chico trabajaba en un bufete de abogados, desde hacía tres años, tenía un
pequeño apartamento y usaba un coche normal, nada llamativo, parecía un tipo de
lo más corriente. Disponía de una cuenta de ahorro con 5000 euros, pagaba
puntualmente el alquiler y no daba problemas en el vecindario, donde le
conocían de vista salvo en el colmado que sabían algún dato más, como que no se
le conocían acompañantes fijas. De sus padres no tenía más que sus nombres y se
creía que estaban en Holanda.
A
las 19.00 salió del ascensor, iba sola, tomé nota y esperé. Cinco minutos más
tarde bajó Robert, era espigado, de
pelo negro y llevaba puesta una americana deportiva; se acercó hasta el mostrador de
recepción cruzó unas palabras con una
recepcionista y dejó la llave electrónica antes de salir del hotel.
Había estado observando el mostrador y ya
suponía quien era el jefe de recepción, esperé a que estuviera solo y me
acerqué.
-
Hola,
estoy haciendo una investigación y me gustaría hacerle unas preguntas.
-
Policía?
-
Detective
privado, le tendí una foto del muchacho junto a un billete de 50 €.
-
Lo
había visto antes?
-
Verá,
no estamos autorizados a facilitar la identidad de nuestros huéspedes. Se defendió
tímidamente, miraba el billete, -pero si se trata de una investigación y es
confidencial, puedo colaborar con la condición que esto no afecte a mi trabajo.
Llevaba
el nombre a la altura del bolsillo de la americana
-
Descuide
Watson, sólo quiero saber si había
visto antes a este joven y además yo no he estado aquí.
Se dirigió
al ordenador y apuntó varias cosas en un papel y me lo entregó doblado.
–
El Sr Robert ha reservado la misma
habitación para este mismo sábado a la misma hora. Puedo hacer alguna cosa más
por usted detective?.
-
Si, otra cosa Watson, las
habitaciones están monitorizadas ¿.
No
pareció gustarle la pregunta, deslicé otro billete de 50€.
-Sólo
en caso de que se active la alarma de la habitación.
-
Gracias Watson, si le parece cuando
acabe su turno podíamos vernos, debo de hablarle de un asunto que puede
interesarle.
Watson olió a dinero, -Acabo a las
12.
Le
di un número de móvil y marché con el papel. Había anotado el nombre completo
de Robert, Robert Sevenson, su número identificación y el número de la
habitación, Ático-667.
Eran
las 19.45, al llegar al coche tenía una multa en el cristal, ya me habían
avisado, “Los del ayuntamiento andan como locos buscando dinero”, aún había
tenido suerte, la grúa también era municipal.
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